Maternidad

12, Enero 2021

“El juego es un gran termómetro de salud mental de los chicos”

Lic. María Catarineu, especialista en bebés y niños de primera infancia, aportó a Vida & Salud una serie de recomendaciones para transitar momentos de reencuentro y revinculación con nuestros hijos en pleno retorno a la “vida normal”. ¿Qué rol juegan las pantallas y dispositivos tecnológicos?.

Lic. María Catarineu

En tiempos en que la pandemia parece permitir flexibilidades en la Argentina, el regreso de las actividades fuera de casa, las corridas y la aceleración del ritmo diario, trajeron un paño de la “vieja” normalidad a las vidas cotidianas.

Sin embargo, los cambios abruptos y el año y medio de alteraciones en la habitualidad de los más chiquitos hacen que hoy haya que colocar el ojo especialmente en ellos: los vínculos, la forma de relacionarse, el exceso de pantallas y la incertidumbre. En una charla con Vida & Salud, María Catarineu, Licenciada en Psicopedagogía y creadora de la cuenta de Instagram Rayuela tiempo de juego, brindó su mirada para poder acompañarlos con herramientas sólidas, no solo en la actual coyuntura, sino también en las “pandemias internas” o momentos difíciles que puedan atravesar las familias.

Catarineu posiciona al juego como fundamental a la hora de generar vínculos y también como termómetro para comprender lo que les sucede a nuestros hijos. “Lo primero que toca la salud y que uno puede ver, es el juego. Cuando se opaca, es momento de hacernos preguntas”, sostiene.

Durante más de un año hubo un exceso de uso de la tecnología en edades muy tempranas. ¿Cómo podemos acompañar o reforzar los vínculos cara a cara?

“La pandemia nos dejó a todos, sin importar las edades, como dice el tango, con ‘la ñata contra el vidrio’ de las pantallas. Entonces, ¿cómo se vuelve a entrar en sincronía? Los beneficios de la tecnología siempre nos seducen, pero en tanto y en cuanto sepamos que lo que arma la diferencia es el modo en que tomamos estos objetos, cómo nos vinculamos con ellos. Hay mucha soledad en la infancia, frente a los dispositivos, por eso es fundamental un armado de diferencia. Y en esa etapa, el armado de diferencia es la asimetría: es decir el cuidado, lo que sostiene; cómo un adulto sostiene a un niño.

Si estos objetos se usan como ventanas de vinculación, es válido. Se trata de cómo los presentamos, cómo los ofrecemos a nuestros hijos, cómo ‘infusionamos’ esos espacios. Si un chico de 6 ó 7 años muestra cómo está creando en Minecraft un castillo y la madre o padre se involucran, ya hay algo que se está dando”.

Ahora que hablamos de “pospandemia”, este año y medio de virtualidad en la escuela e intermitencias, ¿pudieron dejar marcas?

“Si bien el tiempo sigue pasando, el desarrollo de un niño no avanza necesariamente por eso, sino por los vínculos. Yo hablo del desarrollo como un abanico, que se expande en relación con el avance de estos vínculos.

Cuando el chico entra en relación, juega y el abanico se expande. Si eso no ocurre el tiempo sigue pasando y en esos tironeos hay repliegues, regresiones y ahí tenemos que estar, acercar un poco más la lupa. Porque sino, después no entendemos qué les pasa, y los hijos no van cabalgando solos, sino que muestran lo que le pasa a ese vínculo”.

“Hay que volver al cauce y despertar. Todos están tratando de recuperar lo que no pudieron hacer y el desafío es generar tiempos de ocio, de aburrirse”.

¿A qué hay que estar atentos para detectar si tanto tiempo de virtualidad y cambios dejaron secuelas?

“Lo primero que toca la salud y que uno puede ver, es el juego. Cuando éste se opaca, o disminuye y empieza a correrse, es una alarma muy fuerte. Por supuesto que aparecerá más la irritabilidad, la angustia, el chico aumenta su velocidad, no para de correr, de saltar. Ahí tenemos que hacernos preguntas. Al igual que cuando está con fiebre o se siente mal, que deja de jugar, en la salud mental pasa lo mismo. En su espacio de juego es donde procesa las cosas que le pasan. Un niño que juega es un niño sano, entonces funciona como un gran termómetro de salud.

Hay algo que nos está diciendo con esa irritabilidad, o los trastornos en el sueño, la soledad. También hay chicos que ya controlaban esfínteres y ahora no, hay mucho más estrés infantil”.

¿Qué pueden hacer los padres frente a la falta de tiempo?

“Ocurre mucho que los papás me plantean esto. Me dicen ‘estoy de acuerdo en todo, pero no tengo tiempo, solo estoy para la comida, para cerrar el día, cambiarlos e ir a dormir’. Eso es totalmente válido, es cierto que hay menos tiempo. Pero justamente en esos momentos, en esas rutinas, que se convierten en rituales de encuentro, es en donde hay que estar. Eso es juego. Cuando hablamos de qué pasó en el día, contamos un cuento, les damos un grado de seguridad, que se contrapone a la incertidumbre, y es enorme para un hijo.

En los momentos tan cotidianos es en los que se genera el vínculo. Y esto es universal, interplanetario, con o sin pandemia. Es ritualizar la agenda de las rutinas. Hay que pensar en lo que nos gusta hacer con ellos, lo más simple, y eso es fundante: lo que les dará las bases fuertes para después construir vínculos nuevos”.

“En los momentos tan cotidianos es en los que se genera el vínculo”.

¿Cómo se hace para lidiar con la incertidumbre y a la vez retomar una vida “normal”?

“Hay una especie de síndrome de negación, en donde pensamos que ‘esto ya pasó’, volvimos a la normalidad. Pero ¿de qué normalidad estamos hablando, en términos de salud mental? Entra en choque con la necesidad de ritmos más regulados y de sincronía que necesitamos en el vínculo con los chicos. Hay que volver al cauce y despertar. Porque todo el mundo está tratando de recuperar lo que no se pudo hacer y el desafío es generar momentos de ocio, tiempos de aburrirse. Ahí tenemos que estar, disponibles para ellos”.

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