12, Enero 2021
“La virtualidad no es un tema de agenda por la pandemia, ya había llegado para quedarse”
La experta en educación y tecnologías pedagógicas dialogó con Vida & Salud sobre los cambios que se presentaron en el ámbito educativo desde el inicio de la pandemia. El rol del Estado y los desafíos.
Con la continuidad de la pandemia durante más tiempo del que hubiéramos esperado, se prolongó también una de las situaciones que más
cambios conllevó en relación con la vida cotidiana: la educación a distancia. De acuerdo a las instancias y situación epidemiológica en cada jurisdicción, las clases se impartieron tanto en nivel inicial, como primario, secundario e incluso en instancias superiores, de manera virtual o intercalando los sistemas presenciales y mixtos.
En meses de constante incertidumbre, debates mediatizados y una lluvia de interrogantes todavía en agenda, Vida & Salud dialogó con Mariana Maggio, licenciada en Ciencias de la Educación, especialista y Magíster en Didáctica y Doctora en Educación por la Universidad de Buenos Aires (UBA) para analizar esta etapa tan particular como histórica en cuanto a las posibilidades pedagógicas. Actualmente al frente de la Maestría en Tecnología Educativa, de la misma casa de estudios, Maggio publicó reciente y oportunamente Educación en pandemia: guía de supervivencia para docentes y familias (Planeta).
Para la experta, si bien hay procesos que se aceleraron de manera abrupta
por la irrupción de la pandemia, en donde muchos resultaron perjudicados, también se abrió “un camino bien interesante para seguir explorando”.
¿Es sostenible en el tiempo un sistema de virtualidad? ¿Llegó para quedarse?
“Las escuelas ya venían haciendo esfuerzos para la incorporación de propuestas relacionadas con la virtualidad, desde plataformas hasta el uso de algunas aplicaciones. A veces de modo más sistemático, con fuerte definición institucional y otras con menos. El cierre abrupto de los distritos escolares generó una suerte de conmoción; en donde la primera pregunta fue cómo mantener la continuidad pedagógica y ahí hubo una aceleración del uso de las tecnologías en las prácticas de la enseñanza. La virtualidad no es un tema de agenda por la pandemia, llegó para quedarse porque ya había llegado”.
¿Cómo se hace en la práctica en un país con desigualdades?
“El punto crítico es que esto marca las persistentes diferencias sociales en torno a la inclusión digital. Lo primero que hay que saldar es la deuda en esta materia: todos los chicos y chicas y sus docentes tienen que tener acceso a dispositivos y a Internet de calidad, no solo en la escuela sino también en sus hogares. Tenemos que educar de acá en más pensando que las propuestas tienen que estar al mismo tiempo en el ámbito de lo físico y en el de lo virtual. La educación digital es un derecho que debe estar garantizado. No podemos pensar una escuela sin un componente virtual”.
“La educación digital es un derecho que debe estar garantizado. No podemos pensar en una escuela sin un componente virtual”.
¿Cómo puede garantizarse y cuál es el rol del Estado?
“En la Argentina y en la región la inclusión digital está en agenda desde hace muchos años. Desde 2010, con el inicio de programas como Conectar Igualdad, por ejemplo, muchas provincias hicieron esfuerzos inmensos para mantener a sus escuelas conectadas y sus estudiantes con dispositivos. Sin embargo los esfuerzos se han discontinuado y hoy se siente. Los que resultan claramente perjudicados son los sectores más vulnerables. Por eso tiene que haber políticas públicas que estructuren y garanticen en todos los sectores de la población la inclusión digital, conectado con el derecho a la educación”.
En relación con los desafíos de los educadores que trajo el cimbronazo de la pandemia, Maggio considera que hubo dos momentos. “Por un lado, una ‘primera reacción’, en donde la preocupación fue que a los estudiantes ‘les llegara material’, independientemente del formato. Y luego, cuando pasó el tiempo y la realidad no cambiaba, todo recayó en una completa virtualidad”.
¿Qué se puso en “jaque” en ese momento y qué problemáticas generó?
“Lo que sucede en una videollamada no es equivalente a lo que ocurre en la presencialidad. Se vio bastante la vuelta a un modelo básico: del profesor o profesora ocupando la mayor parte de la llamada explicando, baja interacción, chicos con cámaras apagadas, propuestas en general individuales. Aparecieron fenómenos nuevos, como enseñar ‘en público’, donde toda la familia está escuchando; hay una nueva escena que tiene que ver con los eventos sincrónicos. Lo que estamos viendo es cómo se puede sacar a la situación la mejor propuesta pedagógica posible”.
¿De qué forma se pueden generar propuestas atractivas?
“Se pueden aprovechar condiciones que con la pandemia se relajaron, como los tiempos, que son distintos, la currícula, la evaluación, que ahora se está mirando con mayor flexibilidad. Los docentes tienen que trabajar más en colaboración haciendo articulación entre materias, los estudiantes tienen que tener propuestas que los lleven a colaborar. Es un momento interesantísimo para pensar en las conexiones que se pueden hacer con lo que sucede fuera del aula. Lo que viene será muy interesante en materia pedagógica, pero todavía no está claro: depende mucho de lo que se haga desde las instituciones, desde la política, desde la formación y desde los colectivos docentes, que están hablando sobre sus prácticas y de ahí surge este movimiento de renovación que necesitamos”.
Los debates que se generaron en los medios masivos sobre el tema ¿dejaron puntos positivos?
“Cuando la situación se convierte en una disputa del tipo ‘blanco-negro’, ‘presencialidad – virtualidad’, me parece que retrocedemos en el tiempo y no lleva a ningún lado. Hay que poner sobre la mesa la cuestión más importante, que es que las prácticas sean inclusivas. Me parece interesante que estas discusiones se estén dando (aunque no en esos términos) porque son las que podrían llevar a este tipo de análisis”.