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12, Enero 2021

Los clubes de barrio también juegan

Uno de los eslabones más importantes en el deporte de nuestro país son los clubes de barrio. Todos tenemos uno o al menos pasamos por ese espacio que mantienen una estrecha relación con la canchita, la cuadra y las amistades.

En el común de los argentinos la idea más general que existe sobre los clubes de barrio tiene que ver con esos lugares a donde se va a jugar a la pelota. Con más canchas de tierra que estadios, con pelotas y botines gastados; y en contextos donde para muchos jugar un mundial era solo un deseo, la construcción de identidad y el forjamiento de valores se descubren hoy en el trabajo, esfuerzo, solidaridad, lealtad y compañerismo de un seleccionado que traslada el juego del potrero también al plano de la vida.

Los clubes de barrio son mucho más que deporte. Son identidad territorial a nivel local y nacional, son contención, educación y espacios de desarrollo personal con un fuerte arraigo a la vecindad, las amistades y la familia.

La historia data que entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX tuvo origen este fenómeno propio de los inmigrantes que buscaban crear lugares de encuentro, recreación y ayuda mutua entre los que también se encontraban instituciones como bibliotecas populares y centros de fomento. Hoy, de acuerdo a información del Ministerio de Turismo y Deporte de La Nación, hay más de 5000 clubes registrados y se estima que existen más de 20.000 en todo el país fuera de este padrón.

En cada pueblo y ciudad hay clubes con cancha, buffet, gimnasio, salones o pileta. Ese lugar donde nacen los encuentros, la pasión por un deporte y los vínculos más emotivos; y donde muchas personas y familias se esfuerzan día a día para apoyar la supervivencia y/o crecimiento de los mismos buscando generar oportunidades para que alguien con talento llegue a lugares tan soñados como los seleccionados.

De los clubes de barrio salió el campeón mundial y esto demuestra que siguen siendo espacios esenciales para el desarrollo social, cultural y deportivo

El número 23, Emiliano ‘El Dibu’ Martínez fue guardián de los tres palos del Club General Urquiza de Mar del Plata; los cordobeses ‘Cuti’ Romero y ‘La Joya’ Dybala se formaron en San Lorenzo de Córdoba y Club Sportivo Laguna Larga respectivamente; y en la misma provincia en la localidad de Calchín, Julián ‘Araña’ Álvarez patió sus primeras pelotas en Club Atlético Calchín así como Nahuel Molina en el Náutico Fitz Simon de Embalse. El defensor Nicolás Otamendi se inició en Villa Real y Barrio Nuevo de San Fernando, Gonzalo Montiel en El Tala de González Catán, Marcos ‘El Huevo’ Acuña nacido en Zapala (Neuquén) defendió los colores del Club Olimpo y Leandro Paredes en La Justina. El Deportivo Belgrano de Sarandí fue el escenario inicial para el reciente apodado ‘Motorcito’ Rodrigo De Paul, Liniers lo fue para Lautaro Martínez y el Club de Barrio Santa Clara para Thiago Almada. Siguiendo con la formación de ‘La Scaloneta’, Exequiel Palacios arrancó en la Junta Vecinal José Ingenieros, Nicolás Tagliafico en Villa Calzada, Germán Pezzela en Kilómetro 5 de Bahía Blanca, Guido Rodríguez en Cristo Rey de Caseros, Enzo Fernández en Club La Recova, ‘El Papu’ Gómez en Plaza Alsina y Lisandro Martínez en Club Urquiza de Gualeguay (Entre Ríos). Llegando a la provincia de Santa Fe, en Aprendices Casildenses de la localidad de Casilda Franco Armani se puso por primera vez los guantes y Rosario, que siempre estuvo cerca de nuestro fútbol, forjó a Ángel Correa en el Club 6 de Mayo del barrio Las Flores y los grandes Ángel Di María en El Torito y Lionel Messi en Grandoli.

De los clubes de barrio salió el campeón mundial y esto demuestra que, aún en contextos y situaciones económicamente complejas y de muchas vulnerabilidades, siguen siendo espacios esenciales para el desarrollo social, cultural y deportivo de las comunidades que traspasan clasismos y desigualdades. Ahí es donde se genera el sentido de pertenencia más puro ligado a la infancia, la juventud, los amores y las amistades, que nunca nadie olvida.

“Muchos domingos nos salvaban los pibes. Los otros pibes del barrio. Los que venían a buscarnos con la pelota bajo el brazo, dispuestos a mantener a raya a los fantasmas, por lo menos hasta la hora del crepúsculo. Entonces uno salía a la vereda y el sol no era tan inútil, ni el lunes tan amenazante”, relata Eduardo Sacheri en el cuento ‘Domingos a la tarde’ publicado por El Gráfico (2011).

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