12, Enero 2021
Enfermedad de Alzheimer: claves para mejorar la calidad de vida
La pérdida de memoria a corto plazo y la imposibilidad de realizar actividades cotidianas son sólo algunos de los síntomas más comunes que anteceden al diagnóstico de la Enfermedad de Alzheimer. Como en muchas otras patologías neurodegenerativas, la consulta médica oportuna y el abordaje del tratamiento con un enfoque integral, son claves para mejorar la calidad de vida de las personas con esta enfermedad.
Las descripciones iniciales de la sintomatología y posibles causas de la hoy denominada Enferme-dad de Alzheimer fueron realizadas en 1906 por el psiquiatra alemán Alois Alzheimer, quien obtuvo los primeros hallazgos científicos en base a investigaciones y la atención de sus pacientes. Más de un siglo después, los avances en el ámbito de la medicina permiten detallar más claramente los orígenes de esta enfermedad neurodegenerativa que constituye la causa más común de demencia, representando entre el 50% y el 75% de los casos.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), actualmente hay 35,6 millones de personas mayores de 60 años con demencia en todo el mundo y se prevén 81,8 millones para el 2050. La frecuencia de la enfermedad se duplica cada 5 años y se estima que la padece el 2% de los sujetos de 65 años y el 40% de los mayores de 85 años.
El cerebro es un órgano en el que están presentes millones de neuronas que se comunican entre sí, formando redes. La información que llega desde los sentidos se mantiene en la memoria a corto plazo y luego se incorpora a la memoria a largo plazo. Este proceso, de gran complejidad, se sustenta en la capacidad de las neuronas para comunicarse entre sí. En una persona con la Enfermedad de Alzheimer, ese proceso se ve alterado por la pérdida de una sustancia llamada Acetil Colina: ya no se produce en cantidades suficientes para mantener esa continua y necesaria comunicación neuronal. A esto, se suma el depósito de proteínas anormales, las cuales conducen a la muerte de las neuronas, generando una pérdida de la sustancia cerebral.
Esta progresiva alteración de las funciones del cerebro que controlan el pensamiento, la memoria y el lenguaje, es la que provoca las primeras manifestaciones clínicas de la enfermedad que afectan el desarrollo normal de las actividades cotidianas. Los pacientes suelen experimentar confusión al realizar actividades habituales y además olvidar nombres de personas, lugares, y hechos recientes. También son frecuentes los cambios en el estado de ánimo y las dificultades para hablar, leer o escribir.
El aumento de la expectativa de vida de la población conlleva el aumento de la frecuencia de esta enfermedad prolongada –entre 10 y 15 años– que a lo largo de su desarrollo requiere de un intenso cuidado de las personas afectadas, exponiendo a los cuidadores a un estrés elevado y sostenido.
El diagnóstico adecuado, se basa principalmente en tres pilares.
1 – La realización de una neuro- imagen (resonancia nuclear de cerebro), estudio que permite descartar que no haya ninguna otra lesión que pudiera ser la causa de los problemas que presenta el paciente, como por ejemplo: lesiones vasculares, tumores o hematomas. Además, da indicios de la atrofia que puede presentar el cerebro, especialmente en las regiones de la memoria (hipocampo).
2 – La evaluación neurocognitiva: no sólo se estudia la memoria, sino también el lenguaje, la orientación, las habilidades visuoespaciales y las funciones atencionales, ejecutivas, el pensamiento abstracto y el juicio, entre otros puntos. Permite analizar si los valores obtenidos están dentro o fuera de los esperados para la edad y el nivel educacional de la persona.
3 – Un examen de laboratorio completo: es muy importante descartar otras causas que pueden producir síntomas similares por lo que es indispensable incluir este estudio, incluyendo además dosaje de vita-minas, función renal, hepática, glucemia y hormonas tiroideas.
Si bien no existe una cura, algunos medicamentos permiten disminuir temporalmente el avance de los síntomas y mejorar la calidad de vida de los pacientes y sus cuida-dores. De ahí la importancia de un diagnóstico temprano que permita prevenir complicaciones y brindar otros apoyos terapéuticos.
Afrontar la enfermedad y el cuidado, supone para la familia tener que redefinir roles, modificar expectativas, asumir alteraciones en las relaciones y responder a situaciones cambiantes. Ante esta realidad, los profesionales de la salud y, concretamente, los neurólogos pueden proporcionar la orientación y la atención enfocados no sólo en el paciente, sino también incluyendo a los cuidadores y a todos los integrantes del entorno familiar.