12, Enero 2021
Entre el bienestar y la obsesión: una mirada sobre el salutismo
Estamos en un momento en el que los hábitos saludables, el bienestar, la alimentación consciente, el ejercicio y la salud mental son tendencia. Sin embargo, a veces esta búsqueda legítima se vuelve una exigencia que puede afectar la calidad de vida. Conocé qué es el salutismo y cómo evitar que el autocuidado se transforme en una carga.

Para empezar, aclaremos qué es el salutismo: se trata de una tendencia cultural que promueve la idea de que la salud debe ser una prioridad absoluta y permanente. Puesto así, puede parecer una filosofía positiva: alimentarse bien, hacer ejercicio, dormir lo suficiente, cuidar la salud mental. Sin embargo, el problema aparece cuando esta búsqueda del bienestar se vuelve excesiva o incluso compulsiva.
Desde este enfoque, estar sano no es solo un objetivo, sino casi una obligación moral. Se instala así una mirada en la que cualquier malestar, enfermedad o desvío de las prácticas saludables se interpreta como un fracaso personal. El salutismo, entonces, no solo promueve el autocuidado, sino que también puede generar culpa, autoexigencia y exclusión.
Por qué supone un riesgo
Cuando el autocuidado se transforma en una exigencia permanente, sus efectos pueden ser contraproducentes:
- Ansiedad y culpa constantes frente a cualquier decisión que se perciba como poco saludable.
- Relación conflictiva con la alimentación, que puede derivar en conductas extremas como la ortorexia (obsesión por comer solo alimentos considerados “puros” o “saludables”).
- Pérdida del disfrute, ya que el cuidado del cuerpo se vuelve una obligación y no una elección consciente.
- Estigmatización de la enfermedad o el malestar, reforzando la idea de que quien no está sano es porque no se esforzó lo suficiente.
En lugar de contribuir al bienestar, el salutismo puede generar lo contrario: una salud emocional deteriorada, miedo a equivocarse y una sensación constante de estar en falta.
El papel de las redes sociales y el marketing

La cultura actual refuerza este fenómeno. Estamos constantemente bombardeados por mensajes que muestran cuerpos “perfectos”, rutinas estrictas, dietas sin excepciones y una idea de salud idealizada, muchas veces inalcanzable. El mensaje implícito es claro: si te esforzás lo suficiente, podés lograrlo. Si no, es porque fallaste.
Un ejemplo reciente es el de Santiago Maratea, quien compartió su cambio físico tras perder más de 10 kg y publicó una comparación de antes y después. Entre risas, dijo que “estaba porcino” y se definió como “un chancho con rulos” en las imágenes previas a su transformación.

Estas expresiones generaron un fuerte rechazo en redes, con acusaciones de gordofobia. Además, el episodio mostró cómo, al retratar el cambio físico como una obligación moral, se refuerza la idea de que “estar fuera del ideal” es algo cuestionable, y contribuye a la estigmatización del cuerpo y la salud.
Discursos como el de Maratea, lejos de ser inofensivos o motivadores, pueden empujar a muchas personas hacia un autocuidado rígido y cargado de culpa.
A esto se suma el marketing de productos que se promocionan como imprescindibles para estar bien: suplementos, superalimentos, aplicaciones de fitness o dispositivos que miden cada paso. En lugar de herramientas, muchas veces se convierten en símbolos de pertenencia o estatus, y profundizan la idea de que el bienestar es un deber individual.
La clave: promover el cuidado sin caer en la obsesión

Cuidar el cuerpo y la mente es necesario. Prestar atención a lo que comemos, movernos, descansar bien, escuchar nuestras emociones y pedir ayuda son pilares fundamentales del bienestar. Pero ese cuidado debe surgir del respeto, del autoconocimiento y no de la exigencia.
Una vida saludable también incluye la flexibilidad, el placer y la capacidad de adaptarnos. Saltarse una rutina, disfrutar una comida sin culpa, quedarse en casa cuando el cuerpo lo pide o simplemente descansar sin sentir que estamos desperdiciando el tiempo también son formas de salud.
El desafío está en encontrar un equilibrio: adoptar hábitos que nos hagan bien sin convertirlos en reglas rígidas que nos esclavicen.
Promover la salud no debería ser una carga, ni mucho menos una obligación moral. El bienestar real se construye desde el autoconocimiento, el respeto por los propios ritmos y la comprensión de que estar sanos no significa ser “perfectos”.
Cuidarnos, sí, pero sin perder de vista que también somos cuerpo, mente, emociones y vínculos. Una salud sostenible es aquella que nos acompaña, no la que nos exige. Y, sobre todo, una salud que se vive y se disfruta, no que se padece.